Clase y género de los hombres en la secuela de la Historia
En 1989 cayó el Muro de Berlín y la historia cuenta que con él cayó el imperio soviético; aunque hay una parte de la historia por contar sobre a quién le cayó encima el muro también, al menos en lo que solemos llamar Occidente. Porque el muro cayó también sobre las alternativas políticas al capitalismo, tanto fue así que un tal Francis Fukuyama se atrevió a escribir que con estos sucesos había llegado el Fin de la Historia.
Y aunque Fukuyama abandonó esa tesis lo cierto es que, en Occidente, todo el mundo se comportó como si fuera cierto y ese ‘neoliberalismo’ mutó luego en una globalización, en el contexto de la llegada de la era digital, que se cebó en aniquilar las regulaciones y la fiscalidad progresiva, los pilares del estado de prosperidad con protección social, pero también la capacidad de acción sindical y la conciencia de clase entre los trabajadores.
Esto es, por supuesto, un resumen simplificado hasta la vulgarización de un devenir que ha llegado al presente con un gobierno de tendencia al autoritarismo cada vez más marcada en Estados Unidos y a un auge creciente de los partidos de extrema derecha en Europa, alentados estos además por el ejecutivo americano. Y en esto, no se ha dejado de notar, ha tenido un peso relevante el voto masculino y en concreto el de varones jóvenes. ¿Por qué y en qué medida? Son preguntas sobre las que llevo pensando mucho tiempo y a las que he dedicado muchas lecturas.
Antes de tratar de darles repuesta diré también por qué me he preocupado por este asunto, al fin y al cabo, preocuparse por los hombres de occidente ¿no es lo que con burla se llamaba ‘problemas del primer mundo’? Exactamente es eso, es un problema del primer mundo, de quienes ya llegaron al final de la Historia y viven en su secuela, en eso que parece una emulación, una farsa, respecto a un precedente trágico. Porque si el derrumbe del muro cayó sobre la conciencia de clase, el impacto del derrumbe de la economía de su tiempo y el salto a una postindustrial de servicios ha afectado más, o más bien de forma singular, a los hombres. Y todo esto tiene un efecto electoral que se hace notar en el presente y que afecta a todos, a hombres y a mujeres, y también o más a quienes no quieran definirse de ninguno de esos modos. O quienes quieran hacerlo fuera de los cánones tradicionales. Entender este fenómeno con precisión es fundamental para poder ofrecer una respuesta progresista que sea eficaz políticamente tanto en Europa como quizá en Estados Unidos, donde todos los problemas son problemas del primer mundo.
De entre las respuestas que más me han gustado, publicadas de forma reciente y además cercanas al ámbito europeo y español, está el muy recomendable trabajo De proveedor a precario: Cómo el declive económico de los hombres jóvenes alimenta el antifeminismo de Javier Carbonell que describe con datos el auge del voto a la extrema derecha entre los grupos más jóvenes de la población pero especialmente entre los varones y también el impacto que esto tiene en numerosas políticas pública, desde lo social y a lo medioambiental. La entrada para colar negacionismo del cambio climático, autoritarismo, mensajes racistas y mucho más del paquete completo de extrema derecha es con mucha frecuencia el resentimiento antifeminista. Mi propósito es explicar las tesis de Carbonell sobre este punto que yo considero muy acertadas y después apuntar las soluciones que se proponen, pero también aportar mi percepción sobre cómo sucede esto en un mundo de saturación de información y predomino de redes sociales, algo que a mi juicio tiene un impacto crucial.
En su trabajo, Carbonell señala cómo la respuesta más frecuente, y esto sucede especialmente en los ámbitos de debate progresistas, ante esa seducción de los jóvenes varones por parte de la extrema derecha se explica por la “pérdida de privilegios” de los hombres en el avance de los derechos de las mujeres, pero es una explicación incompleta. Primero porque esto sucede más entre los más jóvenes, cuando son los mayores los más afectados por esa pérdida de privilegios, segundo porque las encuestas repiten una y otra vez que, aunque suene paradójico, es el grupo de varones jóvenes quien postula valores menos sexistas a la par que considera valoraciones del tipo “el feminismo ha ido demasiado lejos” o que “ahora se discrimina a los hombres”. Lo tercero, y esto es fundamental, es que sí hay un declive económico, educativo y social de los hombres jóvenes.
¿No lo hay acaso de las mujeres jóvenes? La misma precariedad afecta a los chicos y chicas que se lanzan por primera vez al mercado laboral de la economía post industrial de servicios. Pero las chicas están mejor preparadas en lo educativo, son mayoría ya en los estudios universitarios, lo que se traduce con frecuencia en mejores salarios. De hecho los datos más recientes sobre brecha salarial de género nos revelan que en los grupos más jóvenes (de 18 a 24 años) o no hay brecha o las chicas cobran más que los chicos.
El acceso a la vivienda es igual de duro para todos. Pero las estadísticas de emancipación juvenil (con números en España que son distópicos bajo una perspectiva europea) nos revelan también que las chicas se emancipan antes que los chicos. Esto es así porque ellos esperan más para hacerlo, esperan hasta tener un salario que les permita vivir solos mientras que ellas se van antes a compartir vivienda, a menudo con una pareja mayor.
Pero también, y esto me parece fundamental, porque chicos y chicas llegan de historias completamente distintas. A menudo en redes sociales, las usuarias comparten historias casi calcadas de su abuela/madre diciéndoles “estudia, trabaja y no dependas de ningún hombre”; el avance de las mujeres en occidente ha sido glorioso y digno de celebrar, es un hito en la historia del que sentirnos orgullosos. A pesar de que haya una precarización del trabajo, la historia de las mujeres jóvenes es una de emancipación en la que viven mejor, más libres, más empoderadas que sus madres y sus abuelas. ¿Qué historia pueden contarse los chicos? La de la decadencia.
No sólo no pueden tener ni un trabajo con la seguridad, la estabilidad o el poder adquisitivo de sus padres o sus abuelos; tampoco pueden acceder como ellos a una vivienda, en los estudios les va peor que a las chicas, hay una brecha enorme (en algunas comunidades de hasta 25 puntos de diferencia) en el abandono escolar temprano de los chicos frente a las chicas. Desde la Gran Recesión, las cifras de España han mostrado también una gran mejora, con cifras mucho más positivas de los alumnos que logran terminar la etapa de educación obligatoria, pero en ese devenir la brecha de género, negativa para ellos, no se ha cerrado, se mantiene igual.
Los chicos son testigos de ese declive mientras que las políticas institucionales, las campañas promovidas desde la administración pública, sólo celebran los avances de las mujeres. Tenemos campañas anuales para promover que más chicas estudien carreras STEM, carreras de ciencias, pero no hay nada ni remotamente parecido para que los chicos concluyan los estudios básicos. Lo cierto es que, cuando desde el Gobierno se aborda este asunto con perspectiva de género es para celebrar el avance de las chicas, el grupo que ya partía de una situación mejor.
En una charla organizada por Mas Madrid, Carbonell apuntó además el hecho de que en España el 70% de los estudiantes de Medicina son mujeres, sin embargo, nadie se plantea que eso sea un problema. Y realmente lo es, y lo será más en el futuro. Carbonell señala algo más que considero fundamental, la identidad masculina se articula en buena medida sobre el trabajo, sobre lo que hace un hombre, su capacidad para mantenerse y proveer, pero no sólo en lo material, lo que concede es orgullo. Y eso se acabó.
Esto tiene relación, como bien se recoge en el estudio de Carbonell, con la desindustrialización, una gran pérdida de poder adquisitivo de trabajo manufacturero (en los que hallaban refugio precisamente cohortes enteras de chicos que abandonan los estudios) y la globalización de la economía de servicios. Este es un problema de género y de clase. Los sueldos de los hombres siguen siendo de media superiores a los de las mujeres, hay un grupo de hombres (con estudios superiores, con renta acomodada) a los que les va francamente bien, y además las mujeres siguen sufriendo una penalización constatable en el trabajo con la maternidad. Pero a los chicos del fondo del saco les va francamente mal, muy mal. Y no hay nadie que les apele directamente, que les ofrezca respuestas. Bueno sí hay alguien, la extrema derecha.
El declive de los hombres no es consecuencia del avance de las mujeres, tiene su origen fundamentalmente en el cambio a la economía postindustrial de servicios, al legado de décadas contra la regulación de los mercados y a la merma, por políticas fiscales liberales, de la financiación de los servicios públicos. Pero la extrema derecha ha conseguido articular un discurso seductor para el resentimiento apelando además a una visión positiva de la masculinidad que, hoy en día a mi juicio y entiendo que esto es controvertido, la izquierda no ofrece e incluso tiene enquistadas fuertes resistencias a hacerlo.
Afortunadamente, el estudio de Carbonell no sólo hace un buen diagnóstico, sino que propone una serie de soluciones. Entre ellas plantear ya iniciativas dirigidas a los hombres y en concreto a los chicos, necesitan enfoques de género dirigidos a ellos en aspectos como la educación o la prevención del suicidio (que multiplica exponencialmente el de las mujeres); desde luego toda una serie de medidas económicas, desde favorecer el acceso a la vivienda a avanzar en permisos parentales, estabilidad laboral, incluso renta universal. Pero también y esto es muy relevante una promoción activa para que los chicos se empleen en profesiones tradicionalmente muy feminizadas como enfermería o maestro. Y en esto último ahondaré más adelante, es necesario que haya más hombres educando en las etapas de infantil y primaria, los chicos necesitan ese ejemplo y esa referencia.
El estudio de Carbonell concluye: «Más allá de las medidas políticas, existe una necesidad urgente de reformular el discurso público en torno a los hombres. Quienes abogan por la igualdad de género deben presentar una narrativa alternativa sólida frente a la visión idealizada de la masculinidad tradicional que promueve la extrema derecha. En la actualidad, las fuerzas democráticas no han logrado articular de forma convincente no solo los beneficios del feminismo para los hombres, sino también una visión de la masculinidad que afirme rasgos masculinos positivos.
La autoestima grupal desempeña un papel crucial en la configuración de las identidades políticas, y sin embargo, los movimientos por la igualdad de género han descuidado en gran medida ofrecer a los hombres un sentido de pertenencia dentro de su marco. Los modelos masculinos positivos siguen siendo escasos, y el discurso mediático suele centrarse en desmantelar el patriarcado sin complementar esta crítica con una visión inspiradora de lo que la masculinidad puede ser.
Para involucrar a los hombres de manera más efectiva, las fuerzas democráticas deberían resaltar los valores masculinos que defienden, al tiempo que muestran ejemplos reales de hombres que encarnan formas de masculinidad progresistas e inclusivas. Proporcionar esta visión alternativa podría ayudar a contrarrestar el atractivo de la extrema derecha y fomentar un mayor apoyo a la igualdad de género.
En resumen, un enfoque verdaderamente integral de la igualdad de género debe incluir a los hombres jóvenes de clase trabajadora en el análisis, las políticas y las iniciativas, al tiempo que se impulsen políticas feministas y se mitiguen las reacciones antifeministas. Dado que la creciente influencia de la extrema derecha sobre los hombres jóvenes representa un riesgo serio de retroceso en los avances en igualdad de género, el declive económico de este grupo debería ser una preocupación urgente para las fuerzas democráticas europeas».
Las tesis de Carbonell coinciden de forma muy parecida, pero ya enfocada en un ámbito global, con las planteadas por Alice Evans, investigadora del King’s College London, que ha recorrido todo el mundo para investigar esta gran división de género, porque se da en todo el globo, con muchas variedades locales y con grados enormes marcados por la cultura. Pero todos los países del mundo, todos ellos, aspiran a llegar a la economía postindustrial de servicios y para ello es imprescindible incorporar a las mujeres al mercado de trabajo, no hacerlo es perder cuanto menos la mitad de la inteligencia y el talento de un país, y nadie puede permitirse ese lujo. No lo harán del mismo modo ni a la vez Estonia y Arabia Saudí, Corea del Sur o Brasil, pero es un camino que todos recorrerán a su modo.
En sus trabajos, en su excelente blog, Evans señala el declive los hombres en estudios y el trabajo, poniendo un énfasis cargado de erudición en la importancia de la transformación cultural. Es así como llama a reimaginar la masculinidad en esta nueva economía, señalando también la necesidad de hacer que oficios muy feminizados puedan ser ocupados por hombres, pero sin perder de vista la relevancia crucial del prestigio y el estatus, porque sobre el estatus se conforma la identidad masculina, y eso no va a cambiar.
¿Por qué digo eso? Pretendo exponerlo en los siguientes capítulos, quiero partir de los análisis de Carbonell y Evans para ofrecer mis preocupaciones en este campo sobre la comunicación, que es mi especialidad, y también mi escepticismo sobre las alternativas que pueda plantear a esta cuestión el paradigma progresista actual. Y para eso tendré que dar varios pasos atrás antes de dar alguno adelante.